15.2.06

El proceso vital del universo

Hoy ha sido un día realmente duro.
Uno de esos días en que toda la imponente maquinaria del universo parece haberse confabulado en contra del más mísero de todos sus componentes: yo.
No es, como tal vez muchos piensen, que haya procurado forzar en lo más mínimo los algoritmos de estadísticas y probabilidad casual, aquello que el común de las personas llama equívocamente “mala suerte”. Me considero una persona de criterio amplio, y cosas como el mero azar no existen en mi vocabulario. Todo ocurre en el cosmos como una consecuencia inevitable de causa y efecto.

Estaba pensando esta mañana en esto, cuando me desperté lleno de energías y dispuesto a comenzar el día. La disposición de la cabecera de mi cama hace que el primer pie en plantarse en el suelo sea el izquierdo. Con una sonrisa condescendiente a ridículas supersticiones, intenté con una insólita pirueta cambiar súbitamente la extremidad en cuestión, lo que ocasionó que mi cuerpo realizara un violento giro en el aire similar al que realizaría un bollo de pizza al ser arrojado contra un ventilador. Comencé a pensar en Newton y su inexorable postulado sobre la atracción que la tierra ejerce sobre los objetos, entretanto que mi frágil cuerpo arremetía contra el suelo arrastrando consigo 68 tomos de la Enciclopedia Británica que se hallaba en la biblioteca de la pared, de la que me había asido en un desesperado e inútil intento por preservar mi vida.

Con algunos magullones en mi complexión física y mi orgullo, salí de casa para dar un corto paseo por el parque como era costumbre en mí. La mañana era espléndida e invitaba a la contemplación, por lo que una vez allí me tendí bajo un orgulloso roble embelesado por el breve pero intenso contacto con la naturaleza, aquí representado por el canto armónico de cientos de aves que se hallaban congregadas en lo alto de la copa. ¡Qué gracia, qué poder omnipotente había dotado de vida a tantas y tan variadas criaturas…!
Me sentí por un momento abrumado por la vitalidad de estos seres que, sin preocuparse por reglas y horarios, cumplían con su ciclo de vida mientras parte de su proceso vital comenzaba a manchar sin misericordia mi ropa. Parodiando grotescamente a Rod Taylor en “Los pájaros” de Hitchcock, emprendí una vergonzosa retirada a mi hogar preocupado más por ponerme a resguardo de semejante ataque que por seguir considerando el sentido de la existencia.

Mi ropa había quedado totalmente inservible tras la experiencia en el parque, y en un intento por cambiar mi estado de ánimo decidí tomar un baño reparador.
Cosas de un observador empedernido: mientras el agua corria a gusto por mi cuerpo, noté que no estaba el jabón en su sitio. Recordé con cierta sorna a mi terapeuta, quien insistía en definirme como un paranoico obsesivo por el solo hecho de comprar jabones cuya marca comience con “X”, y totalmente mojado salí de la bañera en pos de uno nuevo. No tardé demasiado en dar con el, pues mi pié izquierdo (paradójico: el mismo con el que comencé la jornada) lo pisó en el momento en que me dirigía a la puerta. Quebrando al menos siete reglas de la física, entre ellas la de la velocidad Warp, recorrí toda la casa en un nanosegundo mientras escenas de mi vida pasaban raudas por mi cabeza como augurando una muerte segura.

La vertiginosa travesía duró poco. La heladera de la cocina, único mueble aún en pie en toda la casa y con masa suficiente como para detenerme, me recibió ansioso como un niño que espera su golosina preferida, y mientras mi rostro se encontraba con la nívea superficie, mi mente, inducida tal vez por las emociones del día y por el pavo congelado de tres kilos que cayó sobre ella, se abandonó a un dulce sopor.
Me desperté atontado y adolorido a las doce de la medianoche. Luego de arreglar al menos en parte mi derruido hogar y de recoger alguna de mis piezas dentales que habían quedado desparramadas alrededor de la heladera como un puñado de tabletas edulcorantes, me puse a cavilar sobre los sucesos del día.

Si bien no cabía duda alguna de que este había sido -si no el peor día de mi vida- el menos apto para comentar en mi trabajo como telefonista del Centro de Asistencia al Suicida, concluí que era infantil pretender achacarle estas vicisitudes a la fatalidad o a la maquinación de algún ente maligno incorpóreo. Las cosas suceden por un motivo y debemos aceptarlo así, por lo que procuraré distraer mi mente del amargo trago de la jornada desempaquetando mi nuevo reproductor de video y viendo alguna película que me levante el ánimo, como “Akira” o “Cocomiel – The Movie”.

Por cierto… ¿alguien sabe dónde puedo conseguir a esta hora un adaptador para el enchufe de la videograbadora?

As del deporte

No cabe duda que de todos los países dedicados a editar y comercializar historietas y producciones animadas, Japón es el que se lleva por lejos las palmas (y, fundamentalmente, los yenes).
Afirmar lo contrario sería negar obcecadamente datos contundentes que hablan de un volumen de ventas de miles de millones de ejemplares comercializados anualmente, generando una cantidad de dinero que hace que nuestro Producto Bruto Interno se asemeje a lo que le pago a la señora que plancha en casa.

La pregunta es: ¿podría acaso este fenómeno haberse dado en otro lugar que no sea Japón? Es probable, si bien deberían confluir para eso varios aspectos claves que, hasta donde yo sabía, solo se daban en el país del Sol Naciente. Cultura, tradición e idiosincrasia, para no hablar de miríadas de mitos y leyendas sobre espíritus, dioses y demonietes de todo calibre, convergen en este país de una forma peculiar y dan forma a un género de una manera tal que se hace difícil pensar en localizarlo en otro lugar que no sea Tokio y zonas de influencia.
No obstante esto, he descubierto que si algún motivo hubo por el que este estilo artístico no floreciera con tal magnitud en otro país se ha debido puramente a situaciones fortuitas, ya que recientemente llegó a mis manos un manuscrito perteneciente a un desconocido y lejano primo mío, quien jamás había tenido contacto alguno con el manga y el animé y aún así había pasado los últimos veinte años de su exuberante existencia en el pabellón N° 3 de un conocido nosocomio (psiquiátrico, para más datos).
En el escrito, mi pariente había comenzado a desgranar algunos perfiles argumentales nacidos de su febril cacumen, cuya inserción en nuestra cultura demostraba ser perfectamente posible e invitaban, incluso, a una escalofriante reflexión.

Heroína adolescente
Una simpática muchacha recibe poderes para luchar por el amor y contra la injusticia y las infinitas repeticiones de Animax. La niña no destaca demasiado en sus estudios, a qué negarlo, aunque si comparamos nuestro sistema educativo con el nipón, está todo bien. Su novio, que cursa la universidad para ser en el futuro un taxista probo y útil a la sociedad, ayuda a la joven amazona en sus aventuras arrojando rosas a diestra y siniestra, aunque a mitad de la serie deba optar por fresias por eso de abaratar costos. El joven puede lucir esmoquin, sport elegante o chomba al tono.

Experto artista marcial
Un apuesto y fornido muchachote peinado a la laca poliuretánica deambula sin rumbo fijo por el mundo, el universo y la salida Constitución del subte, buscando alguien que le dé bolas. Durante su periplo deberá aplicar sus conocimientos marciales contra miles de enardecidos enemigos para poder sobrevivir (aunque no siempre viajará en el Sarmiento). Con el tiempo adquirirá más y mayores poderes, llegando por último a ser el individuo más poderoso del universo e incluso a salir ileso de las canchas de fútbol.

Joven ingenuo rodeado de muchachas jamonas
Estuve tratando de imaginar un personaje que viva circundado de bellas y esculturales chicas, algunas de las cuales además lo pretendan, y que sea sin embargo amable, célibe e idealista. En su casa deben vivir al menos quince personas y comer todos como termitas, aunque nadie trabaje. ¿Cómo hacer que un protagonista así sea creíble para el argentino promedio?
Pensar más opciones...

Catástrofes naturales o espirituales desatadas sobre el género humano
Una amenaza de tipo nuclear, espiritual y/o económica se cierne sobre todo el planeta, simbolizado como de costumbre por la Argentina. Afortunadamente, una organización secreta parasobreencimagubernamental, que no obedece ni a la CIA ni a TyC Sports, se encargará de controlar la situación eliminando el problema, perchando a toda la humanidad o ambas cosas a la vez, para que la raza humana dé el necesario salto evolutivo o al menos no deba soportar ya los comerciales durante su peli favorita.
(Transcribir cuanto antes esos recortes de Crónica).

As del deporte
No es necesario ser Maradó para meter un gol desde el living de la casa. A fuerza de valor, simpatía y don de gentes, el atleta demuestra que puede descollar perfectamente en disciplinas como Fútbol, Lanzamiento de Martillo o Generala, y ser al mismo tiempo un buen estudiante y un hijo modelo. Esto, obviamente, solo puede darse en nuestro país, donde un deportista gana más que, por ejemplo, un dibujante de historietas...

La virtud de Hanabi Mitzuki

-“Yakumo-sensei... ¿Cómo fue que el honorable Mitzuki-sama llegó a cambiar su katana por un nasu?”.

La pregunta de mi alumno me produjo la misma incómoda sensación de tener un centro de entrenamiento de pulgas en la ingle.
Y no era para menos. Una prolija investigación sobre la vida y la obra de Hanabi Mitzuki había conformado (junto con un somero informe de cuarenta carillas sobre la organización socio-política de los somalíes en la pubertad) la tesis de doctorado en historia universal con la que alcanzara el título de profesor, cargo que actualmente perpetraba en la prestigiosa institución Sukebe Gakuen.
Mi graduación era ya cosa del pasado, y el inexorable paso del tiempo había borrado de mi memoria lo más sustancioso de la tesis de marras, por lo que me vi obligado entonces a despedir a mi discípulo con un afectuoso golpe de borrador en la nuca y la promesa de traerle la respuesta al día siguiente.
Ya en casa, me enfrasqué en la búsqueda de mi querida tesis. Los amarillentos folios surgieron del fondo de un armario, evocándome de inmediato las arduas horas que había pasado recopilando datos sobre este discutido héroe del período Edo.
“La noticia de la muerte de Hanabi Mitzuki (1713-1782) cayó como un baldazo de agua fría sobre los integrantes del dojo Jurizami, ancestral centro de formación de guerreros samurai.
El anciano maestro Ho había dado la triste novedad durante uno de sus acostumbrados trances místicos, a los que era propenso luego de largas libaciones de un néctar sagrado de origen remoto que guardaba celosamente en la despensa del dojo. A continuación, y ante el asombro y el desconcierto de los allí presentes, el centenario viejo comenzó a hilvanar una perorata de alrededor de hora y media sobre la manera correcta de hacer origami con algas nori y acabó colgado del travesaño principal del dojo profetizando sobre los resultados de las carreras de caballos de esa tarde, al tiempo que sacudía exultante entre sus dedos los boletos que había jugado por la mañana. Desde ese día, el encargado del templo decidió poner llave a la alacena donde se guardaban las botellas de sake.
Ya desde pequeño, los padres de Hanabi habían visto en éste ciertos indicios de poseer una increíble habilidad natural para las artes del combate. Su peculiar percepción de lo que ocurría a su alrededor le permitía, por ejemplo, hallar los dulces mochi que su abuela escondía basándose solo en su olfato, o eludir con los ojos cerrados los golpes de zôri que su madre procuraba propinarle toda vez que se comportaba como un gamberro.
Muchacho inquieto, el camuflaje despertó pronto su interés. Pasaba horas en el campo procurando confundirse con el paisaje que le rodeaba y escapar así del baño mensual. En una oportunidad, sus padres estuvieron buscando al muchacho durante horas sin percatarse que éste se había ocultado encima del chabudai, disimulado como un tazón de râmen. La abuela de Hanabi descubrió el disfraz de su nieto en el momento justo en que procuraba deglutirlo, lo que provocó en Hanabi una de sus más grandes frustraciones. Sus progenitores, conscientes de que su hijo estaba destinado a ser tanto un guerrero como también un formidable idiota al que debían mantener por el resto de sus vidas, presentaron al joven como discípulo en el dojo Jurizami momentos antes de mudarse rápidamente a otra comarca.

Una vez admitido en el dojo, Hanabi se fijó un solo objetivo: volverse un arma viviente. Cultivó todas las formas de combate conocidas hasta entonces, llegando, en pocos años, a manejar con la misma mortal destreza tanto un bokken como un par de hashi descartables. Fueron diez años de intenso entrenamiento, durante los cuales su sueño de convertirse en samurai parecía no llegar nunca.
Finamente, recibió una tarde la anhelada convocatoria a integrarse a las filas del ejército del shogunato local, sirviendo como samurai a las ordenes del Shôgun Takuarembô. Era éste un hombre retraído, hábil en el combate cuerpo a cuerpo y temido por todos los guerreros de la región cercana a Akashi.
Hanabi creyó tocar por fin el cielo, aunque poco tardó en darse cuenta del motivo del temor que los soldados profesaban al Shôgun. La forma vehemente con la que su Señor lo miraba mientras empuñaba la katana, y el hecho de que Hanabi comenzara a recibir kakemonos perfumados firmados por éste, despertó en el soldado cierto recelo. En la primera oportunidad en que su Señor lo mandara llamar a su presencia y lo invitara a cenar con él a solas, Hanabi decidió que era un buen momento para pasar a ser un ronin lo más rápido posible. Fingiendo un ligero vahído, entró en el primer excusado que vio y abandonó discretamente el palacio, arrojándose desde la ventana que daba al muro y perdiéndose en la profundidad de la noche.

Desde entonces, Hanabi Mitzuki abandonó la carrera de armas. Contrajo matrimonio y se mudó a la zona de Iruma, donde se dedicó a la contemplación y el cultivo de nasu. Cuando sus amigos, para burlarse de él, le preguntaban cómo se había atrevido a abandonar así como así a su Señor, Hanabi respondía sin inmutarse: “¿Qué señor... ?”.

Glosario

Bokken: Espada de madera.
Chabudai: Mesa baja donde se sirve la comida o el té.
Dojo: Salón de entrenamiento.
Hashi: Tradicionales palitos de madera con los que se cocina o se lleva la comida a la boca.
Kakemono: Pergamino enrollado.
Katana: Espada samurai.
Mochi: Pastelito dulce de arroz.
Nasu: Berenjena.
Nori: Variedad comestible de alga marina, muy utilizada en la gastronomía japonesa.
Origami: Papiroflexia, arte de hacer figuras con papel.
Ramen: Fideos en caldo.
Ronin: Guerrero samurai que ha perdido a su Señor.
Sake: Bebida alcohólica a base de arroz fermentado.
Zôri: Ojotas.

De estrellas y dragones

Es común ver, en noches cerradas, una curiosa distribución estelar recortada por debajo de la Osa Mayor, en el hemisferio septentrional.
Dicha alineación, conocida antiguamente en Asia como “El dragón y el pescador”, está compuesta por cuatro estrellas principales dispuestas en forma de cuadro que representan a un dragón gestionando un préstamo hipotecario. Completan la constelación 2345 estrellas algo más tenues, fácilmente distinguibles al norte de la formación del dragón, que detallan con claridad las siluetas de un pescador, una barca y un detonador de explosivo plástico.
Es, precisamente, sobre esta constelación, que existe un curioso mito popular que me refiriera cierta vez un viejo pescador que conociera en oportunidad de realizar un viaje a China. El hombre había dilapidado el jornal del día en varios jarros de aguardiente de arroz, y entre los vapores del licor comenzó a balbucear a mí y al resto de los sufridos concurrentes la historia en cuestión, que paso a relatar.

"Cuenta la leyenda que existió en tierra de Tchang Mei un pequeño poblado costero conocido como Tzeng Djou, situado frente al mar del Japón. Vivía en este poblado un joven muchacho llamado Nya-Gahn-Chou, decimoquinto vástago de una aún más numerosa familia de pescadores famoso en la comarca por el arte con que tendía las redes y también por su notable habilidad con la espada. El joven era, no obstante, algo despistado, y ya en varias oportunidades sus compañeros de barca habían tenido que ser hospitalizados por su costumbre de confundir la red con su bô.
Por aquella época, la comarca era asolada a menudo por un enorme dragón, que destruía pueblos y cosechas sin que nadie se atreviera a acabar con él. El mismo Emperador había ofrecido una recompensa de 500 monedas de oro para aquel que diera cuenta del enorme bicho, pero tan solo la imponente figura de éste bastaba para alejar al más valiente de los guerreros.
La noticia de la recompensa pronto llegó a oídos del intrépido Nya-Gahn-Chou, quien, deseoso de destruir al animal y ganarse así los favores del soberano, se apresuró a solicitar una entrevista con él. El joven fue recibido en palacio con todos los honores y el propio monarca se encargó de darle los pormenores del caso y de prometerle fama y fortuna si lograba librar a la comarca del monstruo. Las promesas incentivaron a nuestro muchacho, quien rápidamente se dispuso a enfrentarse con la criatura.
Las pesquisas le condujeron por varios pueblos del interior del país, para finalmente llevarlo a un angosto desfiladero situado en una oscura zona montañosa de Ghar-Khan, que remataba en una siniestra cueva rodeada por huesos dispersos aquí y allá. Nya-Gahn-Chou, que había estudiado concienzudamente los hábitos de los dragones, comenzó a imitar el típico sonido de alegría que emite el dragón cuando recibe giros postales a fin de hacer que se asomara. Esto despertó al gigantesco bicho, el que saliendo de su madriguera lanzó un escalofriante rugido al percatarse del minúsculo ser que se atrevía a desafiarlo.
Repentinamente, el joven detectó algo familiar en la mirada del monstruo. El rigor de su mandíbula y el peculiar rizo de sus bigotes trajeron a la mente del muchacho la imagen de la suegra del emperador, cuyo retrato había visto coronando el salón principal del palacio. Esto, sumado a que las flamas que vomitaba el animal igualaban en potencia con la popularmente conocida halitosis de la anciana, hizo vacilar al joven. Resultaba evidente que la mujer había caído víctima de algún tipo de hechizo que le había dado la apariencia que ahora tenía, y esto significaba una oportunidad sin igual de ser ampliamente compensado por su soberano. No solo habría librado a su país de la amenaza del dragón, sino que además habría rescatado a la mismísima suegra del emperador de un conjuro maligno que, si bien había conseguido suavizar sus abruptos rasgos faciales, cubría a la familia real de deshonor e ignominia.
Vino entonces a su mente un antiguo mantra que aprendiera de pequeño de labios de un sabio anacoreta, el cual podía anular cualquier tipo de encantamiento por poderoso que éste fuera. El muchacho entonó el cántico por cerca de diez minutos, hasta que la bestia, con tal que dejara de cantar, se transformó ante sus ojos en una anciana de espalda y carácter torcido. Nya-Gahn-Chou, loco de contento, condujo a la vieja al palacio dispuesto a recibir la gloria que el emperador le había prometido. Éste, al enterarse de la hazaña del pescador, soltó una imprecación y mandó a sus guardias que apalearan al pobre muchacho y le echaran fuera de la ciudad.
“¡Señor...!”, alcanzó a quejarse el joven mientras dos fornidos soldados le propinaban una terrible golpiza. “¿Así me pagas el haber librado a tu suegra y a tu comarca de la maldición del dragón...?”.
El soberano, con un gesto, detuvo a sus hombres un momento.
“Hace años...”, le dijo gravemente, “...eximí a una vieja bruja del pago de impuestos a condición que me liberara definitiva pero sutilmente de mi suegra. La hechicera me propuso entonces convertirla en dragón y acepté encantado, pues prefiero mil veces luchar contra una bestia antes que soportar sus monsergas.”

Moraleja: “No te metas con suegras o dragones, o las estrellas verás a montones”.

El milenario arte del Bonsái

Me considero una persona normal.
Mi vida transcurría plácidamente entre mi trabajo de bibliotecario en un conocido night-club de la ciudad y una enorme cantidad de tiempo libre, que procuraba organizar como podía. Visitaba museos, acudía a cuanta conferencia se llevaba a cabo y pasaba largas horas frente al televisor, atento a programas televisivos de toda índole.

Todo comenzó mientras presenciaba un interesante coloquio sobre “Impresiones y secuelas de la protocultura maorí en la literatura esquimal contemporánea”. Una pequeña desazón, un sentimiento de desasosiego que no era común en mí invadió todo mi ser como el café que se derrama sobre el teclado de una computadora.
Abandoné la disertación discretamente, procurando no despertar a nadie, y comencé a caminar, absorto en las sensaciones que experimentara momentos antes. ¿Acaso una enfermedad hereditaria, dormida por años en el interior de mis genes, hacía eclosión recién ahora? Con excepción de mi bisabuelo, que muriera al ser alcanzado por la esquirla de una bomba atómica detonada por accidente cerca de él durante la segunda Gran Guerra, toda mi familia había disfrutado de una salud de hierro y una longevidad promedio aceptable. No obstante, y consciente de los deberes hacia mi propio cuerpo, tomé una cita con un doctor para esa misma tarde.

Luego de examinarme concienzudamente durante varios minutos, el facultativo señaló gravemente:

-Usted padece un aburrimiento machazo, mi amigo…

El impacto de sus palabras, solo superado por el detalle de sus honorarios, continuó resonando en mis oídos mientras dejaba la consulta. Caminé sin rumbo fijo, mientras una sensación incómoda, cercana a la que experimentara en una oportunidad al celebrar desaforadamente un gol de River habiendo entrado por error a la tribuna de Boca, se apoderó de mí. Si la abultada agenda cultural que desarrollaba habitualmente no lograba distraerme adecuadamente, ¿qué cosa lo haría?
La respuesta llegó mágicamente de la mano de un folleto inserto en una revista especializada en el milenario arte del Bonsái, hobbie al que me entregaba con pasión desde hacía años. El impreso hablaba sobre la industria de la historieta en el Japón y los miles de fanáticos que anualmente consumían este tipo de expresión artística a través de todo el mundo, haciendo particular hincapié en la promesa de un entretenimiento garantizado para todas las edades, incluida la mía.
El tema despertó mi curiosidad, a qué negarlo, y recordando las palabras del doctor recomendándome nuevas alternativas lúdicas para mi vida decidí conectarme con gente relacionada con esta actividad, autodenominados “Otakus”, a fin de empaparme un poco en el tema.

Mi primer encuentro podría clasificarse como intenso, pues duró algo más de dos días y medio. Mis interlocutores, durante todo ese tiempo, hablaron sin parar sobre sus predilecciones en materia de cómics y animación nipona, poniendo ante mí una interminable cantidad de historietas, tarjetas y CDs que parecían surgidas de la nada. Noté que algunos de ellos, inclusive, temblaban emocionados al mencionar sus series predilectas mientras apremiaban sin piedad sus videograbadoras, al punto de intentar poner tres videos al mismo tiempo.
Semejante demostración de fanatismo, mezclada con una secreta impresión de que estaba ante una pasatiempo que me proporcionaría suficiente distracción, me decidió a adquirir algo de material. Títulos hasta entonces desconocidos para mí comenzaron a desfilar por mi biblioteca y mi reproductor de video con una frecuencia inusitada, mientras crecía lentamente un incipiente apasionamiento por las últimas producciones existentes en nuestro mercado. Visité todas las comiquerías de mi ciudad, logrando así adquirir la colección de videos y manga más completa que fanático alguno pudiera soñar. En mi entusiasmo comencé a grabar febrilmente toda serie animada japonesa que se emitiera por la televisión, mientras asistía regularmente a todo tipo de convención sobre animé de que tuviera noticia. En poco tiempo no fue solo cosa de tener una serie, sino además de obtenerla en su idioma original. Tomé entonces clases intensivas de japonés y viajé a Japón a fin de conseguir las últimas producciones del género, mientras le robaba horas a mi descanso para leer manga en su idioma original. Mis desvelos me hicieron llegar a ser reconocido como un eximio especialista en los círculos de manga y animé más conspicuos del globo, siendo consultado a menudo tanto por cultores del tema como por eminencias de la talla de Masamune Shirow y Hayao Miyasaki.

Lamentablemente, semejante ritmo de vida mermó considerablemente mi salud y pronto debí ser hospitalizado con un severo cuadro de desnutrición y estrés. Estuve durante algún tiempo al borde mismo de la muerte y luego de seis meses de rehabilitación los doctores me dieron el alta, no sin antes recomendarme que procurara llevar una vida tranquila, reposada y limitada a actividades simples, como ver televisión, visitar museos y asistir a conferencias culturales, lo que desencadenó el colapso nervioso que me llevó hasta este lugar.
Hoy puedo asegurarles que mi problema de hastío ha desaparecido por completo. Los doctores me previnieron sobre eventuales secuelas del shock nervioso que sufriera, pero nada de eso me preocupa ahora. El lugar donde vivo es silencioso, me limito a observar durante horas un punto fijo en la pared acolchonada y el jefe del pabellón, fanático de Sailor Moon, me trata en forma preferencial y se fija que el chaleco no me apriete demasiado.

Todo el poder del universo

Luego de 350 años de inmerecido anonimato, siento que ha llegado la hora que la historia rinda merecido homenaje a un personaje oculto tras siglos de olvido. Me refiero al maestro Kagushi Ho.
Poeta, historiador, samurai y tenedor de libros, Kagushi Ho -conocido por sus contemporáneos como Kagushi-sensei o Himotekara (literalmente, “el que sumerge las medias en ocha”)- supo desarrollar una profunda escuela de pensamiento sobre la versatilidad del hombre y la futilidad de su sueldo, escuela que fuera posteriormente continuada por sus discípulos durante alrededor de dos horas y media.

Kagushi-sensei tuvo una infancia atribulada. Nacido en 1650 durante los turbulentos años del período Edo en el barrio de Azabu Juban, e hijo de un acaudalado comerciante de nigirimeshi, sintió desde pequeño que a pesar de todos los lujos y la fastuosidad que le rodeaban había algo que la opulencia no podía darle. Mientras él sostenía en que carecía de paz interior, su familia, algo más escéptica, insistía en que su escasez tenía más que ver con la inteligencia. Agobiado, Kagushi decidió retirarse a un templo budista situado en una de las majestuosas laderas del monte Fuji-san, en busca del sosiego que su ser anhelaba.

Sus primeros días en el templo fueron duros. El monje que dirigía el templo no vio con buenos ojos que su discípulo bostezara durante el cántico del nenbutsu, que durmiera hasta altas horas del mediodía ni que solicitara le sirvieran el chôzoku en la cama. Kagushi sospechó esto la segunda vez que aterrizó de cabeza en el río que corría a un lado del templo, por lo que decidió caer en gracia con el rector del monasterio templando su carácter con la práctica de alguna disciplina marcial. Las suaves formas y la concentración del Kyûdô atrajeron de inmediato su atención, no tanto por su filosofía sino porque un arco y una flecha no necesitaban manual de instrucciones alguno para su uso.
Luego de muchos meses de práctica continua, Kagushi comenzó a presentir que la arquería no era para él, toda vez que había causado ya varias bajas entre el ganado de los enfurecidos campesinos que moraban cerca del monasterio. En un intento por dar a Kagushi una última oportunidad, el sacerdote le entregó una flecha sagrada para que la disparara en dirección al monte Fuji, ofreciéndola como voto a los dioses que allí moraban. La flecha rebotó en el campanario que se encontraba a espaldas de ambos y fue a dar en las partes nobles del monje, lo que impulsó a Kagushi a abandonar esa práctica y hacerse tratar de una vez por todas su incipiente presbicia.

Luego de todo esto, Kagushi pasó por un período de depresión. Su maestro lo acompañó fielmente en todo momento, indicándole siempre cuán inútil era para todo, y fue durante ese período que comenzó a escribir con frecuencia buena parte de sus enseñanzas, como forma de mitigar el abatimiento que sentía. La buena fortuna quiso que uno de sus escritos llegara a manos de un importante Señor de la comarca, quien al leerlo no pudo dejar de reír por varias horas. Esto marcó definitivamente el destino de Kagushi, quien fue desde entonces una inagotable fuente de ensayos, crónicas y aforismos hasta su muerte, producida en la más absoluta e incomprensible miseria.

Sirvan estas pocas máximas como muestra de la sensibilidad con que Kagushi Ho supo capturar los más sublimes momentos de su existencia.

La alondra bien sabe que su inteligencia vencerá al poderoso tigre, pero por las dudas no hará la prueba.

¡Ah, el efímero vuelo del pétalo de cerezo...!
¡Ah, el aroma a melocotón de la brisa en primavera...!
¡Ah, Megamisama...!

He caminado mil senderos en busca del equilibrio del Ying y el Yang.
He remontado mil ríos para hallar la virtud de Buda.
He escalado mil montañas en pos de la sabiduría del Zen.
Tengo las piernas a la miseria.

Todo el poder del universo cabe en la punta de un alfiler. Prueba sino a sentarte sobre el costurero...

¿Quién eres, oh ominosa presencia, que en la penumbra de la noche te revuelves inquieta en las sombras? ¿Acaso un oni errante, que busca desesperado el reposo final?
Soy tu esposa. ¡Apaga la luz y déjame dormir!

Puedes hacer que el sol no asome por la mañana. Puedes borrar las estrellas del firmamento. Pero... ¡necio! ¿Acaso puedes eludir al recaudador de impuestos?

Glosario

Ocha: Una de las formas más comunes de referirse al Té (cha) en Japón.
Período Edo: (1603-1867) Período de la historia japonesa durante el cual transcurren la mayoría de las historias de samuráis que vemos en el animé. Durante este período es cuando Japón unifica sus yogunatos y cierra sus fronteras a las influencias foráneas.
Azabu Juban: Área residencial en la periferia de Tokio. Serena Tsukino (Sailor Moon) vive allí.
Nigirimeshi: Bolas de arroz muy populares en Japón. Pueden estar rellenas con pescado o umeboshi (un preparado a base de ume, fruta parecida a la ciruela) y suelen tener adheridos finas hojas de algas llamadas nori.
Nenbutsu: Cántico religioso budista. En la animación japonesa es utilizado como una plegaria cuando alguien está en peligro.
Chôzoku: Desayuno tradicional japonés.
Kyûdô: Práctica de arquería japonesa.
Oni: Demonio japonés.

La precisión del Alférez Mikaido

La voz por el auricular arrancó al Comandante Horadado de sus pensamientos.

-Comandante, entraremos en el cuadrante AG-421 en 562 segundos...

El Comandante hizo un gesto arisco. Le molestaba la precisión exagerada del Alférez Mikado en cuanto a mensurar absolutamente todo en centésimas, y en varias oportunidades se lo había hecho saber. El pobre no tenía la culpa. Durante el transcurso de una escaramuza llevada a cabo en el planeta Ikon contra los hombres del dictador Kogote, una granada de iones había estallado junto a su oído produciéndole una ligera sordera y la pérdida del hemisferio cerebral derecho.
Afortunadamente, la inteligencia nunca fue un rasgo preponderante en Mikado, y así los bioingenieros pudieron reemplazar sin problemas la materia gris faltante a pesar de los pocos componentes que habían podido conseguir en ese sector de la galaxia, a saber: un microprocesador 386 y el chip de cuarzo de un reloj de pulsera. Gracias a esta delicada operación, Mikado pudo continuar llevando una vida normal, aunque al principio fuera duro para sus conocidos acostumbrarse a escucharlo gritar “¡Cu-cu!” a cada hora.
-Entendido. ¿Envió el Comando Central algún cambio de planes?
-Negativo Comandante. La Maniobra Kakkoru sigue adelante.

El Comandante respiró hondo y lentamente tomo los mandos de los brazos mecánicos externos, apretando los dientes.
-Diablos...

Las cosas habían cambiado mucho en el Sistema Orión en los últimos veinte años.
¡Qué tiempos aquellos, en que una nutrida tripulación hacían innecesarias todas estas complicadas maniobras para recibir un envío...! Actualmente, la tecnología había reducido la dotación de un Crucero a apenas dos tripulantes. Levantarse todos los días para preguntarle a la computadoras por las novedades podía destruir el temple de cualquiera, pero la vida del cuartel había endurecido a la tripulación. Fueron quince meses de entrenamiento duro.
Apenas dos tripulantes... El año pasado la tripulación del Hentai II, compuesta por 25 hombres, había fallado al efectuar la Maniobra Kakkoru, recalentando el núcleo de Kurdonio de la nave a un nivel crítico. El estallido del núcleo había producido que la nave y dieciseis planetas cercanos se hundieran en un agujero negro de antimateria, obligando a la Federación Estelar a excusarse públicamente mediante un escueto comunicado y a clonar a su capitán para poder despedirlo sin derecho a indemnización.

-Comandante, el sistema...
-¿Eh...? Ah... si. Conectando el sistema manual...

Malditos jovenzuelos... Piensan que la experiencia viene sola.
La Maniobra Kakkoru es simple, pero hay solo una oportunidad para realizarla. La práctica en esta operación es esencial para el éxito, aunque solo un vistazo al expediente del Comandante Horadado basta para garantizar el resultado.

-Estamos a menos veinte segundos del contacto -informó el Alférez Mikado.
-Si. Ya tengo contacto visual... Confirmo la recepción de la carga en el brazo número dos...

Cinco minutos después, Mikado llegaba portando el preciado paquete entre sus manos.

-La Maniobra fue un éxito, Comandante.
-¡Magnífico... !
-Pero la muzzarela está fría, y olvidaron ponerle las anchoas.

El golpe número 108

Amada Muriko:
Solo aguardo el momento de poder estar nuevamente junto a ti. No pude contener las lágrimas al recibir la nota que me enviaras a través del muro de palacio, por lo que te ruego no la sujetes a una piedra tan grande la próxima vez. ¡Qué ironía! Tan cercanos... tan próximos, y sin embargo tan alejados el uno del otro...

¿Recuerdas, amada Muriko, el día que nos conocimos? Por entonces, oficiaba yo de sacerdote en el Templo Sensôji y tu atinaste a hacer una visita a caballo junto con tu padre, el emperador, mientras se llevaba a cabo el Joya no kane. Quedé inmediatamente prendado de la grácil belleza de tu figura, si bien tu no podías llegar a verme pues, fascinado por tu hermosura, me había inclinado ante tu paso. Felizmente el caballo no era muy pesado, y luego de sacudir de mi hakama las huellas de los cascos busqué un lugar desde el que pudiera, anhelante, llenar un poco más mis ojos con tu imagen.
El Sumo Sacerdote me había elegido para tañer ese año el sagrado Bonshô, así que mi ubicación no podía ser más conveniente. Justo cuando iba a descargar sobre el carillón el golpe número 108, acertaste a bendecirme con tu mirada. ¡Amada Muriko, hubiera deseado que ese momento durara eternamente! Por desgracia, tu celestial visión me obnubiló y di de lleno con el pesado tsukiza a su majestad en medio del rostro. El pobre hombre estuvo vibrando durante una semana entera, y creo que desde entonces me guarda algo de rencor.

He procurado en muchas ocasiones ingresar al palacio para estar a solas contigo, pero aún no he tenido éxito.
Hace tres semanas intenté engañar a los centinelas de la entrada, disfrazándome de geisha. Todo iba bien, hasta que sin darme cuenta me introduje en la sala de la guardia personal del emperador. Por aquellos días, corría la noticia de que el usurpador Asamiya planeaba atacar el Palacio Imperial, y los guerreros estaban acuartelados desde hacía tres meses sin ver a sus familias, especialmente a sus mujeres.
Recordando el disfraz poco oportuno que llevaba y temiendo distraer a los soldados de su deber protector hacia nuestro soberano, salí corriendo por los pasillos mientras procuraba desesperadamente despojarme de toda señal de feminidad. En eso estaba, cuando súbitamente tropecé con tu padre el Emperador, que venía en mi dirección rodeado de sus generales y sosteniendo en sus manos un mapa con las principales ubicaciones enemigas. Su Excelencia vio mi blanca y desencajada cara surgiendo a través del importante pergamino, y pareció por un momento reconocerme y recordar por ende el pequeño accidente que tuviéramos tiempo atrás, pues su faz se torció en una mueca estremecedora y su cuerpo comenzó a vibrar como la cuerda de un arco. El médico de palacio le dio a beber una pócima sedante y pronto su rostro se relajó. Me indicó con un gesto paternal que me levantara y tranquilizándome con una bondadosa sonrisa me señaló la salida, mientras mandaba al mayordomo que soltara los perros tras de mí.

Por fortuna tengo en tu madre un formidable aliado, pues comprendió nuestros sentimientos desde el primer momento y consintió que nos veamos a hurtadillas de cuando en cuando. Al principio la venerable señora me vio como un extraño, pero cuando le enseñé que para extraer los mejores sonidos el shamisen debía ser rasgado del lado de las cuerdas, le caí en gracia.
No hay por aquí muchos empleos como sacerdote, así que espero impaciente el momento en que huyamos juntos y nos establezcamos en otras tierras. He oído de comarcas donde algunos artistas realizan dibujos cómicos sobre pergaminos. Luego apilan estos unos sobre otros y los cosen por un costado, vendiéndolos posteriormente en la feria. Sé que no es un oficio con futuro, pero al menos podremos obtener algo de arroz a cambio.

Con amor, Yukagata”.

Glosario

Sensôji: Templo budista muy conocido, fundado en el siglo VII y ubicado en Tokio en el área de Asakusa.
Joya no kane: Festividad de Año Nuevo, en la que se toca el Bonshô 108 veces.
Hakama: Pantalones tradicionales japoneses, que suelen ser llevados bajo el kimono.
Bonshô: Campana de los templos budistas. No lleva badajo y es tañida desde el exterior con el extremo de un palo llamado Tsukiza.
Tsukiza: Palo con que se suena el Bonshô
Shamisen: Instrumento de cuerdas japonés, similar al laúd.

Nadie prepara el fugu como la abuela Sakura

Yukagata se detuvo un instante, conteniendo la respiración.
Su fino y entrenado oído ninja creyó percibir un sonido en la quietud de la casa en la que estaba ingresando, y eso -en la mayoría de los casos- podía hacer la diferencia entre la vida y la muerte.

Luego de escalar silenciosamente el muro, aprovechando la oscuridad de la noche, había logrado escabullirse sigilosamente por una de las ventanas de la casa. Desgraciadamente, no había calculado que debajo estaba el cristalero con la vajilla, por lo que mientras sorteaba los trozos de cristal y loza esparcidos por el suelo, deseó que la dueña de casa tuviera el sueño pesado.
Suerte. Esa era una de las cosas que siempre habían acompañado a Yukagata en las batallas. Ya en una ocasión se había encontrado en una situación similar, al enfrentar a ocho esbirros del Shogûn Fujishima sedientos de sangre.

Los hombres de Fujishima... Asesinos famosos por su disciplina en el ataque. Se desplazaban en una fila perfecta y armoniosa, como si fueran un solo hombre, y solo el ojo sutil podía reconocerlos por los kanjis escritos en su espalda, que rezaban: “Gohan al gobierno, Gokuh al poder”. Aún cuando eran expertos en confundirse con el paisaje, Yukagata había logrado detectarles al orinar inadvertidamente contra lo que él suponía era un conjunto de arbustos. Comprendiendo de inmediato que solo sus años de preparación con la espada podrían salvarle, echó mano a su katana con un ki-ai desgarrador, pero el destino quiso que la hoja se desprendiera del mango y saliera disparada contra el grupo, acabando de una sola y limpia estocada con los ocho hombres a la vez. “Debo hacer algo con esta hoja uno de estos días”, pensó en ese instante el ninja. Después de todo, una espada debía ser para el guerrero parte de su propio cuerpo, como en ese momento lo había sido para los ocho asesinos.

“La vida de un guerrero es dura”, se dijo. Vino a su mente el momento en que el viejo maestro Tô le despidiera del templo Urushihara, años atrás. El venerable anciano, con los ojos velados por la santidad y el sake, había tenido en ese instante una ominosa visión acerca de Yukagata que, desde entonces, había perturbado al joven.
Vi a un inmenso dragón con el signo de Wu en su frente, posado sobre un ciruelo y alimentándose de su fruto. Hijo mío, deberás tener cuidado si pasa por encima de ti...”, sentenció gravemente el viejo sabio. Acto seguido, le propinó un formidable puñetazo que lanzó al joven guerrero por encima del torii. Conmovido por estas palabras Yukagata se alejó del templo sumido en profundas cavilaciones, mientras sus camaradas cerraban las puertas tras de él y estallaban en sonoras carcajadas.

Si bien no podía ver nada a causa de la oscuridad reinante, Yukagata se movía por el salón con gran soltura pues sabía perfectamente donde se hallaba cada cosa. Había estado allí en solo dos oportunidades, pero su rígido entrenamiento ninja le había acostumbrado a memorizar la ubicación de todo el mobiliario siempre que visitaba la casa de una víctima.
¿Qué debía hacer primero? ¿Era acaso conveniente hacerse cargo inmediatamente de los que allí vivían? Mientras pensaba en esto, su pie tropezó contra un chabudai que había en el medio de la estancia y su enfundado rostro fue a dar de lleno sobre un donburi lleno de umeboshi que había quedado de la cena de esa noche.
El ruido pareció no haber despertado a nadie, y luego de limpiarse diestramente los restos de ume con la manga del haori y recoger algunas piezas dentales que habían quedado desparramadas sobre el mantel, Yukagata se plantó de un salto a la entrada de la cocina. Con una mano apartó el noren y escrutó rápidamente el interior. Su olfato captó entonces resabios del aroma del fugu hecho para la cena.

Yukagata sonrió. Nadie preparaba el fugu mejor que su abuela Sakura. Su precisa "estocada Sakura" separaba diéstramente la letal glándula del pez, haciéndo de la abuela una leyenda en la comarca.
Con el tiempo, la anciana había perdido algo de la magia conque preparaba ese delicado manjar. Había también perdido el pulso y la vista, por lo que no era raro que los comensales terminaran la cena en medio de espasmos y convulsiones. Más aún: siendo este era el único plato que ella sabía preparar, la familia de Yukagata había disminuido en número drásticamente en los últimos años.

El guerrero se deslizó dentro de la cocina. Tenía ahora ante sí su objetivo y su mano asió instintivamente la katana, los músculos tensos, mientras que su pulgar separaba la empuñadura de la vaina listo para asestar el golpe.
De pronto, la luz de la estancia se encendió. Era su esposa, que le miraba con reprobación.
¡Yukagata...! ¡Infeliz...! ¿No te ha dicho el doctor que no debes asaltar la heladera por la noche...?”.

Glosario

Chabudai: Esta es una mesa baja, de aproximadamente 1 metro por 50 cm o más, y 30 cm de altura, construida tradicionalmente con madera de cerezo, donde los comensales se sientan en cuclillas en cómodos Zabuton o almohadones rellenos de algodón especialmente utilizados para este fin.
Chôshoku: Desayuno tradicional japonés, compuesto por miso (fermento de soja), arroz, pescado, algas, pickles y, por supuesto, una taza de té. En la actualidad, se pueden ver además huevos, tostadas, café, leche y jugos.
Donburi: Bols de cerámica en los que se lleva la comida a la mesa. Estos reciben varios nombres genéricos dependiendo de su contenido, los que se acompañan con el sufijo –don. Así, la carne se sirve en gyûdon y el tempura en tendón.
Fugu: Pez globo. Este pez es muy usado en la gastronomía japonesa por su delicioso sabor, aunque debe ser preparado con mucho cuidado por cocineros especializados, pues su hígado y ovarios contienen tetrotoxina, una sustancia sumamente venenosa.
Haori: Chaqueta que se usa sobre el kimono.
Kanjis: Ideogramas chinos utilizados en la escritura japonesa desde el siglo V DC.
Katana: Espada tradicional japonesa.
Ki-ai: Focalización del Ki o energía interior por medio de un grito, que se utiliza en las artes marciales y las prácticas religiosas y mágicas.
Noren: Cortina de tiras colgantes. Su uso es variado, pudiendo verse en la entrada de los restaurantes como indicación de que están abiertos. Su uso más común es como separación entre la cocina y el resto de la casa o entre el área de atención al público y el sector reservado en los locales. El noren llega a la altura del pecho, pues su función es impedir la visión más que el paso o la ventilación.
Sake: Aguardiente de arroz.
Torii: Estructura tradicional de madera en forma de arcada, ubicada a la entrada de los templos sintoístas.
Umeboshi: Manjar consistente en conserva salada de ume, una fruta japonesa. Su sabor es salado y agrio, y suele acompañar el arroz de las comidas y las viandas que los estudiantes llevan a la escuela.

¿Cómo conseguir el teléfono de Misato Katsuragi?

En muchas oportunidades me han preguntado sobre mis preferencias en materia de manga y animé.
Me considero un individuo excéntrico (aunque mi terapeuta insista en que para ella soy desagradable, antisocial, paranoico y con tendencia al cultivo y la explotación del varicocele), y es tal vez por esto que he evitado siempre contestar ese tipo de preguntas en forma directa temiendo que a la pregunta siguiera un mangazo, utilizando para eso tácticas sutiles como fingir una explosión nuclear o acusar al individuo de practicar abigeato.
Con el tiempo me di cuenta que mis temores residían en no haberme planteado cabalmente cuáles eran en realidad mis inclinaciones sobre este campo. ¿Por qué me gusta el animé? ¿Qué hace que me delire con el manga? ¿Cómo conseguir el teléfono de Misato Katsuragi? Todos estos interrogantes se agolpaban en mi mente y me forzaban a tomar una decisión.
Conciente de esto, me he abocado a la tarea de sincerarme tanto conmigo como con la gente que me rodea -a la cual me debo y les debo- y develarles los secretos de mi otakuteca, procurando animar a estos a que se introduzcan un poco más en este pasatiempo (y que cuando lo hagan me pasen material, ea...!).

Mi tierna infancia de otaku fue saludada por la monocromática aparición televisiva del amigo Tetsuwan Atom, más conocido en salita verde como Astroboy. El pequeño robot atrajo inmediatamente mi atención como un imán, y lejos estaba yo de imaginar que sería la semilla que más tarde encendería esta pasión que consume mi tiempo y mi presupuesto.
Algo más adelante en el tiempo, he disfrutado de un malsano aburrimiento con series sentai de los 60s y 70s como “Ultramán", “Los Magníficos Justicieros” y “Esper, el Defensor de la Tierra”, retorciéndome de indignación en la actualidad al descubrir que aparentemente soy el único tarado en el país que las ha visto.
Varios períodos glaciares más adelante vino Sailor Moon, serie sobre la que doy una cátedra en la Universidad de Tokyo-3, justo después del cursillo de Relaciones Públicas que dicta Rei Ayanami. Esta serie despertó en mí la pasión por la animación japonesa, si bien reconozco que mi identidad con Serena Tsukino solo llega a cosas como dormir, comer y leer historietas (no tengo la culpa de no haber tenido la oportunidad de salvar a la tierra).
Todavía procuro entender Shin Seiki Evangelion, serie que ha logrado llevar mis neuronas al punto nieve, y soy un confiado de que alguna vez Hideaki Anno se apiadará de mí y me legará el significado de su obra antes de estirar la pata.
Me encanta en general toda la producción de Hayao Miyasaki y Rumiko Takahashi, a pesar de que sus temáticas tienen la misma afinidad que tiene Apocalipsis Now con Daniel el Terrible. Dentro de estos estilos cultivo una especial pasión por “Nausicaä del Valle del Viento”, una producción de marcado corte ecologista que me hizo reflexionar sobre el uso que le doy a este planeta, el único que tengo, al punto de limpiarme los zapatos antes de SALIR de casa.
Los mechas son para mí, junto con el fútbol, un misterio eterno (nunca dije que fuera un ser humano normal), a pesar de haber salido muchos años con una chica cuyas piernas me recordaban a las de Mazinger Z. Admiro la lealtad hacia los robots de algunos amigos míos, que ofrecerían nuevamente sus hermanas por ver en la tele series como Robotech, pero no logro que Gundam o Macross despierten en mí mas fervor que “ah, si...”. Lo lamento por mí.
En cuanto a mis preferencias femeninas, siento una particular predilección por Faye Valentine (Cowboy Bebop) y Sheyla-Sheyla (El-Hazard), niñas inquietantes si las hay, y de curvas solo proporcionales a su mal genio. Me inclino además por Rally Vincent (Gunsmith Cats), y Ai Amano (Video Girl Ai). La primera porque su habilidad para el manejo de armas es solo comparable al de mi esposa con el empleo del teléfono, y la segunda porque su historia me hizo llorar como cuando me llega la cuenta del teléfono ya mencionado.
Estoy sorprendido por la cantidad de títulos del género hentai que existen en Japón. Me indigna que haya gente que pueda pasar horas viendo este tipo de películas, ya que odio la competencia.
Por lo demás, procuro ver todo aquello que esté disponible sobre animación o historieta japonesa, como una forma de escapar al tedio de mi trabajo principal: vendedor en una cristalería en Kosovo. La única razón por la que mi esposa no se ha ido aún de casa, es porque no encuentra las llaves en medio de las pilas de videos que inundan mi hogar.

Para terminar, les pido un favor. No mencionen a B´t X o alguna otra insinuación a Kurumada cerca de mí, pues se despierta una vieja alergia que me obliga a rascarme descontroladamente.

El restaurante de ramen

Luego de profundas investigaciones en las que he invertido entre 60 minutos y una hora de mi excesivo tiempo libre, he llegado a la conclusión de que el éxito del manga y el animé se basa casi exclusivamente en el aporte y la fama de diversas fuentes, entre las que se cuentan los clásicos infantiles, las religiones, las mitologías, los relatos populares y las anécdotas de mi vida amorosa.
Esto, en realidad, no resultaría nada nuevo.
Lo mismo ocurre con otras grandes productoras de animación occidentales, que han basado gran parte de sus obras en cuentos tradicionales como Aladíno y Pulgarcita y también con los políticos, sin ir más lejos, que parecen tener sus planes de gobierno basados en Las Aventuras del Barón de Munchhausen.
Como ejemplo, basta solo con dar un vistazo a Los caballeros del Zodíaco y a B’t X para darse cuenta que Masami Kurumada se ha cargado impiadosa y sistemáticamente con todas las mitologías que logró encontrar en su biblioteca, incluidas nórdicas, babilónicas y tehuelches. Paradójicamente a esto, no hay más que observar detenidamente los capítulos de Dragon Ball para darse cuenta que sus rutinas de batalla están basadas más en las coreografías de High School Music que en las artes marciales.

Existen, sin embargo, multitud de analogías algo más solapadas aún y solo evidentes al ojo experto, como las que hay entre Ranma y el Popol Vuh, entre Evangelion y Hansel y Gretel o entre Ghost in the Shell y Mi Pequeño Pony.
Este tipo de sutilezas literarias, cuya extensión sería tal vez tedioso enumerar en esta nota, me ha animado a realizar una pequeña historia (en mi caso basada en una suculenta ingesta de porotos en almíbar) que si bien espero poder vender algún día a una gran corporación editorial, incluiré por el momento en este artículo en un desesperado e infantil intento por alargarlo lo más posible.

La Serenita (aka Ariel Tsukino)

Había una vez una linda Serenita que residía en el fondo del mar, aunque normalmente estaba en la luna. Esta Serenita estaba prendada de Endimión, príncipe del reino de la tierra (porque el chabón no se bañaba nunca).
Endimión, paseando por la rivera, fue atraído por los bellos cantos de la Serenita, a quien confundió con una niña sin percatarse que se trataba de un pescado bárbaro. La Serenita decidió un día salir del mar para poder conocer mejor al Príncipe Endimión, y eventualmente faltarle el respeto. El problema era que no solo no había ningún par de zapatos que hiciera juego con sus aletas, sino que además no lograba sacarse la baranda a atún por más Impulse que se pusiera.

Siguiendo el consejo de Luna, un pez-gato, la Serenita decidió visitar a una malvada bruja del fondo del mar llamada Beryl, quien en sus ratos libres preparaba pociones mágicas y regenteaba un restaurante de ramen.
La bruja le dio a la Serenita la forma humana que esta deseaba y le pidió a cambio quedarse con sus bellos cantos, en parte por haber usado sus poderes y en parte porque la Serenita le había lastrado todas las existencias de ramen del restaurante.
La Serenita aceptó, y con su nueva forma humana se presentó en palacio. Si bien estaba muda, a Dios gracias, el Príncipe la reconoció enseguida porque de un descuidado codazo derribó todas las armaduras de la sala de armas y logró activar dos misiles Tomahawk, todavía inexistentes en aquella época.
El príncipe Endimion quedó deslumbrado por la belleza de la Serenita, aunque no de su agudeza mental, pero en ese momento hizo su aparición la malvada bruja del fondo del mar, quien amenazó con quedarse con los bellos cantos de la Serenita si ésta no le pagaba todos los platos de ramen que había consumido en su establecimiento.
La Serenita se negó rotundamente, alegando un tecnicismo legal sugerido por la nereida Amy, y destruyó a la malvada bruja con la ayuda conjunta de su cetro lunar y una granada de fragmentación SFG 82, evitando que ésta estropée sus bellos cantos y demostrando una vez más que, cuando se es malvado, todas las garantías constitucionales están suprimidas. Fin.

Prólogo

Seguramente habrá quienes piensen que me he tomado varias licencias narrativas a la hora de hacer este artículo, pero si Disney no pidió disculpas a Hans Cristian Handersen ni a Osamu Tezuka, ¿por qué habría de hacerlo yo?

Glosario

Ramen: comida rápida compuesta por fideos en caldo, muy común en Japón.

Sangre, Sudor y Ranma

"Estimado Socio:
Queremos, a través de estas pocas líneas, felicitarle y darle la bienvenida a las filas de nuestra Asociación de Otakus “Sangre, Sudor y Ranma”.
Le recordamos que, gracias a la promoción de ingreso de este mes, la matrícula de inscripción y la primera cuota están bonificadas, por lo que se ha ahorrado Ud. la suma de $ 50. Le enviamos adjunto el recibo por $ 240, correspondientes al derecho de ingreso a las instalaciones, derecho de salida de las mismas y uso de bolígrafo con que suscribió la ficha de inscripción. Nuestro lema es: “Cuentas Claras”.
Solicitamos se sirva completar el siguiente cuestionario, que nos brindará información precisa sobre su carácter.

1) Su suegra insiste en que es Ud. un inútil que no sirve para nada. Usted...
a. Lo niega rotundamente, aunque no sabe ni ponerle hielo a un vaso con agua.
b. Le contesta que sí, dado que es Ud. un otaku.
c. Teletransporta a la venerable señora a Kaioh Sei, y le tira unos mangos a Kaioh-Sama para que no la largue.

2) Su hijo menor sobregraba accidentalmente sus videos de Evangelion con capítulos de Cocomiel. Inmediatamente, Usted...
a. Recuerda que el niño es 7° dan en Tae-Kwon-Do, y solo le dirige una pícara mirada de reproche.
b. Busca urgentemente un psiquiatra en las Páginas Amarillas, preocupado por las inclinaciones esquizoides del pequeño.
c. No le importa demasiado, pues tiene de Evangelion hasta la versión iraquí subtitulada en zwahili.

3) Su esposa lo encuentra en brazos de otra persona. Rápidamente, Usted...
a. Se arregla la ropa y trata de convencerla de que es solo un amigo.
b. Le muestra orgulloso su carné de NERV y comienza a explicarle las ventajas del Plan de Complementación Humana.
c. Se echa un balde de agua fría en la cabeza, y se presenta como la hermana de Ud. mismo.

4) El jefe lo sorprende leyendo manga en horas de trabajo. No le queda otra que...
a. Soltar la publicación, atarse un pañuelo blanco en la frente y practicarse el Sepukku.
b. Hacer una profunda reverencia y decir: “Gomen nasai...”. Luego aprovechar el desconcierto general para disfrazarse de abrochadora y escapar.
c. Prestarle al jefe sus grabaciones de Robotech.

5) Son los últimos momentos de su vida, y sus seres queridos están alrededor de Ud. esperando el temido desenlace. En ese momento...
a. Confiesa a los presentes que los gastos de internación corren por cuenta de ellos, lo que acelera su final.
b. Pide que lo entierren con toda su colección de manga y animé, por lo que sus deudos se ven obligados a alquilar un panteón.
c. Su Cetro Lunar comienza a brillar y Ud. resucita, mientras todos procuran quitarle la minifalda y el traje de marinero antes que le corte la respiración.

Resultados

Mayoría de A
Créanos, amigo, que se ha equivocado de lugar. Su elección nos demuestra que no es Ud. más que un gusano infecto y desubicado, en el buen sentido de la palabra.

Mayoría de B
Vemos en Ud. a un incipiente otaku, y lo instamos a que siga así. No olvide que los grandes seguidores del animé y el manga empezaron como Ud. y ganan ahora millones (en Japón, claro...).

Mayoría de C
¡Es un honor tener entre nosotros a alguien tan compenetrado con la animemanía! Se ha ganado Ud. un viaje gratis a Japón, que podrá retirar de nuestras oficinas (previo pago de U$S 4500 en concepto de inscripción al concurso).

Glosario

Sepukku: Antigua forma de suicidio ritual japonés, más conocido por su forma vulgar Harakiri.
Gomen nasai: Expresión nipona de disculpa.

Impreso en Taiwán

Debe haber con toda seguridad algo más inquietante que encontrarse con un otaku, pero no se me ocurre en este momento qué puede ser.
El único tema que los moviliza parece ser los dibujos animados y las historietas japonesas, en vez de dedicar su tiempo a cuestiones más interesantes y altruistas, como la política a beneficio, la ingeniería protocolar o el aprovechamiento de la energía eólica en la luna.
Hace poco, precisamente, tuve oportunidad de encontrarme con uno mientras asistía a la “7° Convención de Fanáticos de Bananas en Pijamas”, un programa que sigo regularmente, fascinado por su interesantísima propuesta. El hombre me confesó que estaba allí porque le habían comentado que uno de los dos Bananas (“el que parece más maduro”, según él), era un tal Akira Toriyama, que se había disfrazado así para eludir a un cardumen de editores que lo perseguían para que hiciera “Dragon Ball episodio 26539: La amenaza de una nueva saga”. Le contesté algo perplejo que dudaba que esto fuera así, pero el hombre ya se había alejado y estaba palpando disimuladamente a Bananín y Bananón, a fin de comprobar su madurez.
Su actitud no dejó de provocarme cierto interés científico, siendo, como soy, un destacado antropólogo autor de numerosas obras sobre el comportamiento de los seres humanos y los fanáticos de la animación japonesa. Así, luego de investigar durante algunos meses el interior de mi heladera en busca de datos sobre los orígenes de estos particulares individuos, descubrí un antiguo manuscrito japonés de la era Tezuka en el que un sabio sacerdote sintoísta prevenía a su joven discípulo sobre los peligros de toparse con lo que él llamaba un “otaku”. Su lectura me produjo gran desasosiego, por lo que creo conveniente publicar una traducción del pergamino y dejarlo como legado a la humanidad, o usarlo como forma de tapar un manchón de tinta que hay encima de mi escritorio.

“En el décimo año del señorío del emperador Leiji Matsumoto, te pongo en conocimiento, oh hijo mío, sobre los peligros que se ciernen sobre el shogunato.
Merodean por el reino ciertos hombres de comportamiento errático, cuyo objetivo es reunir gran cantidad de prosélitos y hablar sobre temas profanos. Son sigilosos como la grulla en la quietud de un cajero automático. Aguardan pacientemente a sus víctimas, a quienes acometen bruscamente al grito de “¡Patlabor!”, “¡Ranma!” y “¡Evangelion!”, con los que logran aturdirlas y llevarlas inmóviles frente al televisor. Allí el pobre infortunado ya no puede huir. Es sometido a horas de animé, hasta que su voluntad se quiebra y comienza a predicar la animación japonesa como la panacea, cuando antes ni siquiera había oído hablar de ella.
No saben de límites en su afán de conseguir la colección completa de “3x3 Ojos”, o de bajar ávidamente MP3 de sus animés preferidos por Internet. Muchos de ellos han mancillado mi templo, pidiéndome ofudas con la imagen de Son Gokuh.
¿Recuerdas al joven Kenichi Sonoda, a quién yo mismo había ordenado sacerdote sintoísta la pasada navidad? Pues bien, ha sido abducido por esta secta diabólica. Lo hallé en una comiquería, ofreciendo tembloroso el último mochi que le quedaba a cambio de un modelo de vinilo de Faye Valentine a escala natural. Créeme que fue muy triste ver a una asceta comportarse así.
Es por esto, oh hijo mío, que te prevengo contra tales hombres. Guárdate de ellos, y evita acercarte a todo aquel que se diga Otaku, o la cólera de Kun-Tao caerá sobre ti y todos tus videos con los capítulos de Sailor Moon serán borrados ”.

“Impreso en Taiwán”.

Shogunato: porción de tierra dominado por un Shogún o señor feudal.
Ofuda: talismán.
Mochi: pastel de arroz dulce.

Cualquier Verdura

-Cómo le va, Don Vicente...

Desde atrás del mostrador, el hombre miró por encima de sus anteojos.

-¡Doña Berta! Dichosos los ojos que la ven... ¿Cómo anda, tanto tiempo?
-Bien. Aproveché que el Beto se quedó dormido viendo Virtua Fighter para hacerme una escapadita.

Doña Berta subió con bastante dificultad el changuito por los dos escalones.

- Hace tiempo que no la veía por acá.
-Y si... Desde que dejaron de dar Robotech por ATC, masomeno...
-¿Qué pasó? ¿Otra vez su marido con achaques?

La salud del Beto nunca había sido demasiado buena. Se había pasado los últimos seis meses buscando el volumen 1 de DNA2, y eso deja de cama a cualquiera.

-Para colmo la semana me vio un capítulo de Cocomiel sin querer... Enseguida empezó a repetir... –continuó explicando Doña Berta.
-Y si... Cocomiel repite hasta el cansancio.
-Me refería al Beto. Ya que estoy... ¿Le llegó el manga de Ranma ½?

Don Vicente hizo como que miraba en uno de los exhibidores, aunque sabía la respuesta de antemano.

-Se lo debo, Doña Berta. Me lo habían prometido para la semana pasada, pero no entregan.

El rostro de la mujer se contrajo.

-Ay Don Vicente, Don Vicente... Hace un mes y medio que me tiene con eso... Usté sabe lo que me hincha el Beto a cada rato.
-Y que quiere que haga... –dijo Don Vicente a modo de disculpa. –Le puedo ofrecer la última saga de Macross o los capítulos 6 y 7 de Escaflowne. Tengo también Memories, de Otomo...
-¿Otomo? ¿Al Beto? Salga de ahí, hombre. Me pasé dos meses explicándole el argumento de Astroboy...
-Déjeme mostrarle esto que me llego la semana pasada. La invencible Nuku-Nuku. Es de una chica-gato-androide...

Doña Berta se quedó pensando. Vivía en Palermo Viejo, así que estaba un poco cansada de las chicas gato. En cuanto a lo de androide, estaba el Beto...

-Sabe que no me convence...
-Pero fíjese qué mercadería... Toque, toque...

El hombre comenzó a mostrarle los videos.

-No sé... La última vez me insistió con que me llevara The End of Evangelion y no se veía muy bien. El Beto me dijo que debía ser una copia pirata.
-¡Pero como me dice eso, doña Berta! Me ofende. Yo solo vendo productos originales, ¿nocierto Pepo?
-¿Nocierto Pepo? -repitió el papagayo que tenía Don Vicente en el hombro.
-Además le pedí algo de fantasía heroica para el nene más chico.
-Si...
-Me vendió La Blue Girl.

Don Vicente tragó saliva.

-Ah... ¿HEROICA me había dicho...? Sabe que le entendí cualquier cosa. Vea, le tengo una sorpresita a su marido: dentro de poco va a salir Ranma en video.
-¿Sin cortes?
-Sin cortes. Y producción nacional.
-Que bueno... el Beto va a ponerse chocho, le voy a reservar uno. Hasta luego, Don Vicente.

El hombre se quedó mirando a la mujer que salía.

-¡Ja...! Producción nacional... Con lo difícil que está este curro, encima eso... ¿No te parece, Pepo?
Todo a babor! –chilló el loro.

Cursos de invierno

En ocasión de realizar una encuesta sobre los conocimientos de animación japonesa del argentino medio, he descubierto algunas pequeñas pero inquietantes lagunas.
Mientras una pequeña franja -instantes antes de ser recluido en un centro psiquiátrico- podía diferenciar rápidamente a Mazinger de la unidad Eva 01 cuando los veía en acción, la gran mayoría confundía invariablemente al Barón Ashler con Bart Simpson y a Serena Tsukino con Patito Feo. Esto me ha llevado a pensar seriamente en hacer algo al respecto.
Levanté el teléfono y me puse en comunicación con Masakazu Katsura, un viejo camarada de años con quien compartiera largas noches de sake y plumín mientras le servía de modelo para sus personajes. Cuando, años más tarde, me enteré que gracias a estas sesiones desarrolló algunos de sus esculturales protagonistas femeninos, terminé de convencerme sobre su enorme talento (además de replantearme seriamente algunos aspectos de mi virilidad).
Alarmado por las estadísticas que le presenté, Mazakasu me sugirió organizar algunos cursos breves sobre manga y animé, con el fin de disipar las dudas más comunes que suelen asaltar al otaku a la hora de enfrentarse al material japonés. Acepté encantado su propuesta y me despedí de él, prometiéndole, a pedido suyo, no mencionar que lo conocía.
Luego de cortar y solicitar un crédito hipotecario para afrontar la factura telefónica, me dispuse a diagramar unos cursillos básicos sobre manga y animé, los que -no dudo- redundarán en beneficio de todos, tanto humanos como zentradis. Veamos...

Nivel I
Introducción al manga: sus diferencias con el puño y el dobladillo.
Cómo leer correctamente un manga original. Nociones sobre derecha e izquierda y dónde se encuentra habitualmente cada una.
Diseño de mangas I: el uso de los palillos para dibujar.
Taller práctico sobre las connotaciones psicológicas de Heidi y su relación con Copo de Nieve.
Panel de discusión. Diferencias entre un “otaku” y un “fanático obsesivo, lacra de la sociedad” (dos segundos de duración).
Desarrollo de memoria y concentración. El alumno deberá recitar el nombre de todos los personajes de Street Fighter, mientras observa a Chun-Li bañándose.
Diseño de mangas II. Los personajes femeninos y sus formas. Cómo dibujar esas terribles minas y seguir conviviendo con tu esposa.


Nivel II
Panel de discusión: “Robotech, ¿creación colectiva de Carl Macek y Mary Shelley?”.
Teoría del Merchandising. Cómo obtener todo lo de Dragón Ball sin que el AFIP pueda probarte nada.
Discusión sobre la última monografía de Akira Toriyama: “El fin de Dragon Ball GT: ¿Tedio o artrosis de muñeca?”.
Introducción al argumento de Akira, y su comparación con la obra de Niezstche. Por qué no se entiende absolutamente nada en ambos casos.
Diseño de animes I: Técnicas para evitar que Disney te cague las ideas.
Taller sobre Masami Kurumada. Tema: “Cómo bocetear tres o cuatro personajes que sirvan para todas las obras”.
Diseño de mangas III: Los personajes y cómo diseñarlos, partiendo de los ojos y dibujando luego el resto del personaje alrededor de ellos.
Internet I: Búsqueda de imágenes hentai gratuitas. Angustia y frustración.
El primer encuentro con un otaku. Nociones básicas de Defensa Personal para desembarazarse de él.
El éxito en el mundo del animé. Estudio del trabajo de Naoko Takeuchi: “de la nada llegó a ser una persona mundialmente famosa, regresando luego a la nada”.
Panel-debate: “¿Cuál es la mejor serie de animación?”. Se invitará a los concurrentes a exponer sus preferencias (el local se encuentra protegido por el SAME).
La animación japonesa y la Ley de Mendel. Cómo justificar pupilas rojas o pelo color lila en un personaje mediante manipulación genética. Taller práctico.

La entrada es libre y gratuita. Solo se cobra la salida del curso.

La maldición del otaku

Sudaba copiosamente.
Estaba en un bar en compañía de mi amigo Juan, con quien me había encontrado en la calle cuando salía de una comiquería. Hacía algún tiempo que no nos veíamos (para ser más exacto, desde que habíamos dejado la salita verde), por lo que decidimos ir a una confitería a tomar algo y contarnos nuestra vida. El comentario de Juan referente a sus andanzas en los últimos treinta años fue conciso y concreto. “Aquí andamos”, me dijo, con un exceso de locuacidad. No había cambiado nada. Lo recuerdo cuando éramos bebes. En vez de llorar cuando tenía hambre, se limitaba a chasquear los dedos y señalar el interior de su boca.
“¿Y vos?”, pareció preguntarme con un gesto con su dedo índice, invitándome a contar mis aventuras. Inmediatamente empecé a hablarle de manga y animé, tema que consume actualmente gran parte de mi tiempo, por no decir todo.
Comencé explicándole cómo había llegado a conocer este arte, qué títulos me gustaban y demás obviedades. Continué, ya en un tono algo más profundo, con la relación de algunos de los argumentos que más me habían impactado. Le hablé de Bubblegum Crisis, Robotech, las obras completas de Kia Asamiya y Rumiko Takahashi, todo generosamente rociado con algunas nociones básicas de cultura japonesa, comenzando desde el período Jômon. Por último, y procurando disimular los espasmos de ansiedad que sacudían mi cuerpo, vacié de un manotazo la mesa en que estabamos y comencé a colocar algunos Model kit de Dragon Ball, cuya serie completa llevaba casualmente en uno de mis bolsillos.
Ya desde chico supe que estaba dotado con una inteligencia fuera de lo común. Cuando en medio de mi fervor nipón comencé a escuchar los ronquidos de Juan por debajo de la mesa, intuí que mi exposición no había despertado su interés. Llamé al mozo, le pedí la cuenta y un balde con agua y me despedí lo más educadamente posible de mi amigo, deseándole las buenas noches. Ya en la calle, procuré disfrutar de algo de tranquilidad vagando por Rivadavia y Acoyte, tratando acaso de buscar una explicación a lo que me había pasado.
En un principio, pensé que mi explicación había sido tediosa. Ya en otras oportunidades las inflexiones y semitonos vocales mal utilizados me habían traído algún que otro problema. Vino a mi mente la ocasión en que traté de explicar Akira a unos pasajeros de la ex línea Sarmiento de trenes, que se encontraban a mi alrededor jugueteando distraídamente con sus cadenas. El entusiasmo que transmití en esa oportunidad no impidió que los sujetos me arrojaran a las vías, mientras el resto de los pasajeros ordenaban al conductor del tren pasar una y otra vez por el mismo lugar.
Entonces... vi la luz. Resultaba evidente que mi mala suerte había dado con personas que no tenían el más mínimo sentido estético, condición sine qua non para apreciar en toda su magnitud el arte del animé. Recordé entonces las palabras de mi padre, hombre culto y escritor consumado, que había ganado varios premios con libros como “De la política y otras sandeces” y “Cervantes: confesiones mano a mano”. Esa noche, nos sentamos frente a sendas copas cargadas con Ajenjo del bueno y le hablé de mis conocimientos y opiniones sobre animación japonesa. Lentamente, desgrané obras como El Puño de la Estrella del Norte y Silent Mobius y le mostré algunos de los mazos de cartas de Slayers que casualmente tenía en uno de mis bolsillos (aunque debo confesar que no conozco ningún juego de naipes en particular). Las lágrimas quebraron mi voz cuando describí el maravilloso argumento de Video Girl Ai.
Cuando finalicé, hecho que coincidió con la mordaza que mi padre ató disimuladamente en mi boca, el buen hombre puso una mano sobre mi hombro, sonriéndome con algo de pícara complicidad y me ordenó desencajado que preparara las valijas y me fuera de su casa, olvidando que ya me había echado hacía diez años atrás y desde entonces no vivía allí.
Me retiré en silencio, con una satisfacción tan infinita como los finales de Shin Seiki Evangelion. Todo estaba claro entonces. No podía esperar que mis congéneres entendieran el por qué de mi lectura de manga hasta altas horas de la madrugada. No podía explicarle a mi esposa que ya había gastado toda la mensualidad en la colección completa de OVAs de El-Hazard 1 y 2. De nada servían mis profundos conocimientos sobre las obras de Naoko Takeuchi y Clamps a la hora de ayudar a mis hijas en sus tareas escolares. Estaba inexorablemente destinado a ser un paria de la sociedad, temido por unos y odiado por otros.
Pero era feliz. Ya era un otaku.