15.2.06

La virtud de Hanabi Mitzuki

-“Yakumo-sensei... ¿Cómo fue que el honorable Mitzuki-sama llegó a cambiar su katana por un nasu?”.

La pregunta de mi alumno me produjo la misma incómoda sensación de tener un centro de entrenamiento de pulgas en la ingle.
Y no era para menos. Una prolija investigación sobre la vida y la obra de Hanabi Mitzuki había conformado (junto con un somero informe de cuarenta carillas sobre la organización socio-política de los somalíes en la pubertad) la tesis de doctorado en historia universal con la que alcanzara el título de profesor, cargo que actualmente perpetraba en la prestigiosa institución Sukebe Gakuen.
Mi graduación era ya cosa del pasado, y el inexorable paso del tiempo había borrado de mi memoria lo más sustancioso de la tesis de marras, por lo que me vi obligado entonces a despedir a mi discípulo con un afectuoso golpe de borrador en la nuca y la promesa de traerle la respuesta al día siguiente.
Ya en casa, me enfrasqué en la búsqueda de mi querida tesis. Los amarillentos folios surgieron del fondo de un armario, evocándome de inmediato las arduas horas que había pasado recopilando datos sobre este discutido héroe del período Edo.
“La noticia de la muerte de Hanabi Mitzuki (1713-1782) cayó como un baldazo de agua fría sobre los integrantes del dojo Jurizami, ancestral centro de formación de guerreros samurai.
El anciano maestro Ho había dado la triste novedad durante uno de sus acostumbrados trances místicos, a los que era propenso luego de largas libaciones de un néctar sagrado de origen remoto que guardaba celosamente en la despensa del dojo. A continuación, y ante el asombro y el desconcierto de los allí presentes, el centenario viejo comenzó a hilvanar una perorata de alrededor de hora y media sobre la manera correcta de hacer origami con algas nori y acabó colgado del travesaño principal del dojo profetizando sobre los resultados de las carreras de caballos de esa tarde, al tiempo que sacudía exultante entre sus dedos los boletos que había jugado por la mañana. Desde ese día, el encargado del templo decidió poner llave a la alacena donde se guardaban las botellas de sake.
Ya desde pequeño, los padres de Hanabi habían visto en éste ciertos indicios de poseer una increíble habilidad natural para las artes del combate. Su peculiar percepción de lo que ocurría a su alrededor le permitía, por ejemplo, hallar los dulces mochi que su abuela escondía basándose solo en su olfato, o eludir con los ojos cerrados los golpes de zôri que su madre procuraba propinarle toda vez que se comportaba como un gamberro.
Muchacho inquieto, el camuflaje despertó pronto su interés. Pasaba horas en el campo procurando confundirse con el paisaje que le rodeaba y escapar así del baño mensual. En una oportunidad, sus padres estuvieron buscando al muchacho durante horas sin percatarse que éste se había ocultado encima del chabudai, disimulado como un tazón de râmen. La abuela de Hanabi descubrió el disfraz de su nieto en el momento justo en que procuraba deglutirlo, lo que provocó en Hanabi una de sus más grandes frustraciones. Sus progenitores, conscientes de que su hijo estaba destinado a ser tanto un guerrero como también un formidable idiota al que debían mantener por el resto de sus vidas, presentaron al joven como discípulo en el dojo Jurizami momentos antes de mudarse rápidamente a otra comarca.

Una vez admitido en el dojo, Hanabi se fijó un solo objetivo: volverse un arma viviente. Cultivó todas las formas de combate conocidas hasta entonces, llegando, en pocos años, a manejar con la misma mortal destreza tanto un bokken como un par de hashi descartables. Fueron diez años de intenso entrenamiento, durante los cuales su sueño de convertirse en samurai parecía no llegar nunca.
Finamente, recibió una tarde la anhelada convocatoria a integrarse a las filas del ejército del shogunato local, sirviendo como samurai a las ordenes del Shôgun Takuarembô. Era éste un hombre retraído, hábil en el combate cuerpo a cuerpo y temido por todos los guerreros de la región cercana a Akashi.
Hanabi creyó tocar por fin el cielo, aunque poco tardó en darse cuenta del motivo del temor que los soldados profesaban al Shôgun. La forma vehemente con la que su Señor lo miraba mientras empuñaba la katana, y el hecho de que Hanabi comenzara a recibir kakemonos perfumados firmados por éste, despertó en el soldado cierto recelo. En la primera oportunidad en que su Señor lo mandara llamar a su presencia y lo invitara a cenar con él a solas, Hanabi decidió que era un buen momento para pasar a ser un ronin lo más rápido posible. Fingiendo un ligero vahído, entró en el primer excusado que vio y abandonó discretamente el palacio, arrojándose desde la ventana que daba al muro y perdiéndose en la profundidad de la noche.

Desde entonces, Hanabi Mitzuki abandonó la carrera de armas. Contrajo matrimonio y se mudó a la zona de Iruma, donde se dedicó a la contemplación y el cultivo de nasu. Cuando sus amigos, para burlarse de él, le preguntaban cómo se había atrevido a abandonar así como así a su Señor, Hanabi respondía sin inmutarse: “¿Qué señor... ?”.

Glosario

Bokken: Espada de madera.
Chabudai: Mesa baja donde se sirve la comida o el té.
Dojo: Salón de entrenamiento.
Hashi: Tradicionales palitos de madera con los que se cocina o se lleva la comida a la boca.
Kakemono: Pergamino enrollado.
Katana: Espada samurai.
Mochi: Pastelito dulce de arroz.
Nasu: Berenjena.
Nori: Variedad comestible de alga marina, muy utilizada en la gastronomía japonesa.
Origami: Papiroflexia, arte de hacer figuras con papel.
Ramen: Fideos en caldo.
Ronin: Guerrero samurai que ha perdido a su Señor.
Sake: Bebida alcohólica a base de arroz fermentado.
Zôri: Ojotas.

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