En muchas oportunidades me han preguntado sobre mis preferencias en materia de manga y animé.
Me considero un individuo excéntrico (aunque mi terapeuta insista en que para ella soy desagradable, antisocial, paranoico y con tendencia al cultivo y la explotación del varicocele), y es tal vez por esto que he evitado siempre contestar ese tipo de preguntas en forma directa temiendo que a la pregunta siguiera un mangazo, utilizando para eso tácticas sutiles como fingir una explosión nuclear o acusar al individuo de practicar abigeato.
Con el tiempo me di cuenta que mis temores residían en no haberme planteado cabalmente cuáles eran en realidad mis inclinaciones sobre este campo. ¿Por qué me gusta el animé? ¿Qué hace que me delire con el manga? ¿Cómo conseguir el teléfono de Misato Katsuragi? Todos estos interrogantes se agolpaban en mi mente y me forzaban a tomar una decisión.
Conciente de esto, me he abocado a la tarea de sincerarme tanto conmigo como con la gente que me rodea -a la cual me debo y les debo- y develarles los secretos de mi otakuteca, procurando animar a estos a que se introduzcan un poco más en este pasatiempo (y que cuando lo hagan me pasen material, ea...!).
Mi tierna infancia de otaku fue saludada por la monocromática aparición televisiva del amigo Tetsuwan Atom, más conocido en salita verde como Astroboy. El pequeño robot atrajo inmediatamente mi atención como un imán, y lejos estaba yo de imaginar que sería la semilla que más tarde encendería esta pasión que consume mi tiempo y mi presupuesto.
Algo más adelante en el tiempo, he disfrutado de un malsano aburrimiento con series sentai de los 60s y 70s como “Ultramán", “Los Magníficos Justicieros” y “Esper, el Defensor de la Tierra”, retorciéndome de indignación en la actualidad al descubrir que aparentemente soy el único tarado en el país que las ha visto.
Varios períodos glaciares más adelante vino Sailor Moon, serie sobre la que doy una cátedra en la Universidad de Tokyo-3, justo después del cursillo de Relaciones Públicas que dicta Rei Ayanami. Esta serie despertó en mí la pasión por la animación japonesa, si bien reconozco que mi identidad con Serena Tsukino solo llega a cosas como dormir, comer y leer historietas (no tengo la culpa de no haber tenido la oportunidad de salvar a la tierra).
Todavía procuro entender Shin Seiki Evangelion, serie que ha logrado llevar mis neuronas al punto nieve, y soy un confiado de que alguna vez Hideaki Anno se apiadará de mí y me legará el significado de su obra antes de estirar la pata.
Me encanta en general toda la producción de Hayao Miyasaki y Rumiko Takahashi, a pesar de que sus temáticas tienen la misma afinidad que tiene Apocalipsis Now con Daniel el Terrible. Dentro de estos estilos cultivo una especial pasión por “Nausicaä del Valle del Viento”, una producción de marcado corte ecologista que me hizo reflexionar sobre el uso que le doy a este planeta, el único que tengo, al punto de limpiarme los zapatos antes de SALIR de casa.
Los mechas son para mí, junto con el fútbol, un misterio eterno (nunca dije que fuera un ser humano normal), a pesar de haber salido muchos años con una chica cuyas piernas me recordaban a las de Mazinger Z. Admiro la lealtad hacia los robots de algunos amigos míos, que ofrecerían nuevamente sus hermanas por ver en la tele series como Robotech, pero no logro que Gundam o Macross despierten en mí mas fervor que “ah, si...”. Lo lamento por mí.
En cuanto a mis preferencias femeninas, siento una particular predilección por Faye Valentine (Cowboy Bebop) y Sheyla-Sheyla (El-Hazard), niñas inquietantes si las hay, y de curvas solo proporcionales a su mal genio. Me inclino además por Rally Vincent (Gunsmith Cats), y Ai Amano (Video Girl Ai). La primera porque su habilidad para el manejo de armas es solo comparable al de mi esposa con el empleo del teléfono, y la segunda porque su historia me hizo llorar como cuando me llega la cuenta del teléfono ya mencionado.
Estoy sorprendido por la cantidad de títulos del género hentai que existen en Japón. Me indigna que haya gente que pueda pasar horas viendo este tipo de películas, ya que odio la competencia.
Por lo demás, procuro ver todo aquello que esté disponible sobre animación o historieta japonesa, como una forma de escapar al tedio de mi trabajo principal: vendedor en una cristalería en Kosovo. La única razón por la que mi esposa no se ha ido aún de casa, es porque no encuentra las llaves en medio de las pilas de videos que inundan mi hogar.
Para terminar, les pido un favor. No mencionen a B´t X o alguna otra insinuación a Kurumada cerca de mí, pues se despierta una vieja alergia que me obliga a rascarme descontroladamente.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario