15.2.06

Impreso en Taiwán

Debe haber con toda seguridad algo más inquietante que encontrarse con un otaku, pero no se me ocurre en este momento qué puede ser.
El único tema que los moviliza parece ser los dibujos animados y las historietas japonesas, en vez de dedicar su tiempo a cuestiones más interesantes y altruistas, como la política a beneficio, la ingeniería protocolar o el aprovechamiento de la energía eólica en la luna.
Hace poco, precisamente, tuve oportunidad de encontrarme con uno mientras asistía a la “7° Convención de Fanáticos de Bananas en Pijamas”, un programa que sigo regularmente, fascinado por su interesantísima propuesta. El hombre me confesó que estaba allí porque le habían comentado que uno de los dos Bananas (“el que parece más maduro”, según él), era un tal Akira Toriyama, que se había disfrazado así para eludir a un cardumen de editores que lo perseguían para que hiciera “Dragon Ball episodio 26539: La amenaza de una nueva saga”. Le contesté algo perplejo que dudaba que esto fuera así, pero el hombre ya se había alejado y estaba palpando disimuladamente a Bananín y Bananón, a fin de comprobar su madurez.
Su actitud no dejó de provocarme cierto interés científico, siendo, como soy, un destacado antropólogo autor de numerosas obras sobre el comportamiento de los seres humanos y los fanáticos de la animación japonesa. Así, luego de investigar durante algunos meses el interior de mi heladera en busca de datos sobre los orígenes de estos particulares individuos, descubrí un antiguo manuscrito japonés de la era Tezuka en el que un sabio sacerdote sintoísta prevenía a su joven discípulo sobre los peligros de toparse con lo que él llamaba un “otaku”. Su lectura me produjo gran desasosiego, por lo que creo conveniente publicar una traducción del pergamino y dejarlo como legado a la humanidad, o usarlo como forma de tapar un manchón de tinta que hay encima de mi escritorio.

“En el décimo año del señorío del emperador Leiji Matsumoto, te pongo en conocimiento, oh hijo mío, sobre los peligros que se ciernen sobre el shogunato.
Merodean por el reino ciertos hombres de comportamiento errático, cuyo objetivo es reunir gran cantidad de prosélitos y hablar sobre temas profanos. Son sigilosos como la grulla en la quietud de un cajero automático. Aguardan pacientemente a sus víctimas, a quienes acometen bruscamente al grito de “¡Patlabor!”, “¡Ranma!” y “¡Evangelion!”, con los que logran aturdirlas y llevarlas inmóviles frente al televisor. Allí el pobre infortunado ya no puede huir. Es sometido a horas de animé, hasta que su voluntad se quiebra y comienza a predicar la animación japonesa como la panacea, cuando antes ni siquiera había oído hablar de ella.
No saben de límites en su afán de conseguir la colección completa de “3x3 Ojos”, o de bajar ávidamente MP3 de sus animés preferidos por Internet. Muchos de ellos han mancillado mi templo, pidiéndome ofudas con la imagen de Son Gokuh.
¿Recuerdas al joven Kenichi Sonoda, a quién yo mismo había ordenado sacerdote sintoísta la pasada navidad? Pues bien, ha sido abducido por esta secta diabólica. Lo hallé en una comiquería, ofreciendo tembloroso el último mochi que le quedaba a cambio de un modelo de vinilo de Faye Valentine a escala natural. Créeme que fue muy triste ver a una asceta comportarse así.
Es por esto, oh hijo mío, que te prevengo contra tales hombres. Guárdate de ellos, y evita acercarte a todo aquel que se diga Otaku, o la cólera de Kun-Tao caerá sobre ti y todos tus videos con los capítulos de Sailor Moon serán borrados ”.

“Impreso en Taiwán”.

Shogunato: porción de tierra dominado por un Shogún o señor feudal.
Ofuda: talismán.
Mochi: pastel de arroz dulce.

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